Por Andrés Camacho
> “El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte.”
—Georges Bataille
Resumen
El presente ensayo explora la hipótesis de que el erotismo no puede existir en el tiempo presente entendido como presencia absoluta, es decir, como plena inmediatez del ser. A través del diálogo con autores como Bataille, Barthes, Blanchot, Kristeva y Weil, se sostiene que el erotismo depende esencialmente de la mediación, de la ausencia y del misterio. En la época contemporánea, dominada por la transparencia y la simultaneidad, el erotismo se disuelve, y con él, la dimensión simbólica del cuerpo.
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I. El presente como transparencia
Decir que no hay lugar para el erotismo en tiempo presente equivale a afirmar que el erotismo no puede sobrevivir en un régimen de pura presencia. Estar plenamente presente significa habitar el ser sin mediaciones, en su evidencia absoluta. Pero el erotismo, por definición, no pertenece a la evidencia sino a la penumbra. Vive de la tensión entre lo visible y lo oculto, entre el deseo y su diferimiento.
Simone Weil entendía la presencia absoluta como una forma de atención mística: “La atención, desligada de todo deseo, es la forma más pura y rara de la generosidad”¹. Esa atención total, que disuelve el yo y lo abre a lo real sin resistencia, constituye una suerte de éxtasis ontológico. Pero allí donde todo es puro presente —sin deseo, sin proyección—, el erotismo se vuelve imposible. Porque el deseo necesita un "todavía no", una grieta en la presencia.
La cultura contemporánea, sin embargo, ha convertido la transparencia en su norma. La era digital —definida por la simultaneidad, la velocidad y la exposición constante— ha abolido el intervalo. En ese contexto, el presente ya no es experiencia sino flujo; un “tiempo real” que anula la demora y la espera, condiciones esenciales del erotismo. Como diría Byung-Chul Han, “la transparencia destruye el eros, porque eros requiere distancia”².
II. El erotismo como mediación
Georges Bataille definió el erotismo como “la aprobación de la vida hasta en la muerte”³, una experiencia límite donde el ser se abre a su disolución. El erotismo, según él, no es simple sexualidad, sino una forma de transgresión ontológica: una búsqueda de continuidad en el seno de la discontinuidad individual. Pero esa búsqueda sólo tiene sentido si hay separación, si el otro permanece como otro. La fusión total —la presencia plena— destruye el eros.
En El erotismo, Bataille sostiene que el deseo humano surge precisamente de la conciencia de la discontinuidad. Lo erótico consiste en intentar superarla, sin abolirla del todo. Cuando el presente se absolutiza, cuando no hay distancia ni mediación, el deseo muere sofocado por su cumplimiento. El erotismo necesita del límite, del borde, del temblor.
Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, lo expresa con precisión: “El amor no puede decirse en presente. Decir ‘te amo’ es siempre un intento, una anticipación, una promesa”⁴. En ese sentido, el erotismo no pertenece al “ahora”, sino al intervalo entre el ahora y el después, entre el gesto y su cumplimiento. La presencia pura clausura ese intervalo.
III. El presente tecnológico y la muerte del misterio
La sociedad contemporánea, regida por la inmediatez y la visibilidad total, ha convertido el presente en un escenario de hiperrealidad. Todo se muestra, todo se registra, todo se comparte. Pero esa transparencia mata el misterio. Octavio Paz, en La llama doble, advertía que “el erotismo es una metáfora de la sexualidad, no su cumplimiento”⁵. La metáfora implica desplazamiento, mediación, retardo. Allí donde el lenguaje se agota en la literalidad, el erotismo se convierte en pornografía.
La pornografía busca la presencia total; el erotismo, la mediación simbólica. Mientras la primera exhibe, el segundo sugiere. El cuerpo pornográfico está presente en exceso: no hay nada que imaginar, nada que esperar. El cuerpo erótico, en cambio, vive de su propio secreto. Su poder reside en lo que se sustrae.
En La cámara lúcida, Barthes observa que la fotografía inmoviliza el tiempo: “Eso ha sido”⁶. En cambio, el flujo digital suprime incluso ese pasado; todo es “está siendo”. Sin distancia temporal, sin ausencia, el erotismo no tiene lugar donde respirarse. Se vuelve inmediato, utilitario, sin aura.
IV. Presencia, ausencia y el arte del intervalo
Julia Kristeva, en Historias de amor, concibe el deseo como nostalgia de una pérdida originaria. Todo amor —y por extensión, todo erotismo— es una tentativa de colmar un vacío que nunca puede llenarse del todo. Si el otro estuviera plenamente presente, el deseo cesaría: “El amor no se satisface sino con su propia imposibilidad”⁷.
De modo semejante, Maurice Blanchot escribe: “El deseo no desea poseer, sino continuar deseando”⁸. Esa continuidad del deseo exige un tiempo suspendido, un intervalo. No el presente absoluto, sino el presente interrumpido: el kairos, el instante cargado de duración.
Por eso los amantes buscan la penumbra, no sólo por pudor sino por necesidad ontológica: en la oscuridad, la presencia se vuelve incompleta, insinuada, respirable. La penumbra devuelve al cuerpo su condición de signo. Allí, entre lo visible y lo invisible, el erotismo encuentra su verdad.
V. El misterio como forma de resistencia
Si la transparencia del presente destruye el erotismo, conservar el misterio se vuelve un acto de resistencia simbólica. En un mundo saturado de visibilidad, el secreto es un gesto político y poético. Mantener el velo, sostener el intervalo, cultivar la insinuación, son modos de preservar la densidad del deseo frente a la trivialidad del dato.
El erotismo, en última instancia, es una ontología de la ausencia: no celebra la presencia, sino el vacío que la hace posible. El eros no se consuma en la plenitud, sino en la tensión. Como diría Bataille, “el deseo humano es el deseo del imposible”⁹.
Por eso no hay lugar para el erotismo en el tiempo presente: porque el presente absoluto carece de misterio. Sólo allí donde el ser se retira un poco de sí, donde la luz no alcanza a disolver del todo la sombra, puede surgir el temblor del deseo.
El erotismo no es la plenitud del instante, sino la respiración entre dos presencias.
Es la forma en que el tiempo se demora para seguir siendo humano.
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Notas
1. Simone Weil, La gravedad y la gracia, trad. Carlos Ortega, Madrid: Trotta, 1996, p. 85.
2. Byung-Chul Han, La agonía del eros, trad. Alberto Ciria, Barcelona: Herder, 2014, p. 25.
3. Georges Bataille, El erotismo, trad. Fernando Savater, Madrid: Tusquets, 2009, p. 17.
4. Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, trad. Eduardo Molina, Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, p. 33.
5. Octavio Paz, La llama doble, México: Seix Barral, 1993, p. 21.
6. Roland Barthes, La cámara lúcida, trad. Joaquim Sala-Sanahuja, Barcelona: Paidós, 1990, p. 89.
7. Julia Kristeva, Historias de amor, trad. María del Carmen Rodríguez, Madrid: Siglo XXI, 1988, p. 47.
8. Maurice Blanchot, La escritura del desastre, trad. Víctor Goldstein, Buenos Aires: Monte Ávila, 2000, p. 62.
9. Georges Bataille, La experiencia interior, trad. Ignacio Rodríguez, Madrid: Trotta, 2012, p. 55.
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Bibliografía
Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI, 2002.
Bataille, Georges. El erotismo. Tusquets, 2009.
Bataille, Georges. La experiencia interior. Trotta, 2012.
Blanchot, Maurice. La escritura del desastre. Monte Ávila, 2000.
Han, Byung-Chul. La agonía del eros. Herder, 2014.
Kristeva, Julia. Historias de amor. Siglo XXI, 1988.
Paz, Octavio. La llama doble. Seix Barral, 1993.
Weil, Simone. La gravedad y la gracia. Trotta, 1996.