domingo, 30 de noviembre de 2025

La enfermedad de creerse alguien


“Creerse alguien”: esa pequeña soberbia cotidiana, casi imperceptible, que Jung vio como una de las grandes patologías del alma moderna. No es vanidad en su forma más grosera; es algo más íntimo y persistente: la convicción de que nuestro yo, ese conjunto inestable de memorias y deseos, constituye un centro sólido, necesario, casi imprescindible para el mundo. Jung advertía que “la inflación del ego es proporcional a la pérdida del alma”, y en esa frase se resume el riesgo: cuando el yo se infla, la vida interior se adelgaza.

La enfermedad de creerse alguien no consiste en tener dignidad o autoestima, sino en confundir el sí mismo con el personaje. Creemos que la máscara —el éxito, la opinión ajena, la autoimagen— nos define, y olvidamos que “el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”, como escribe Nietzsche, es decir, un tránsito, un paso, no un punto fijo. La identidad, tomada como ídolo, se vuelve una prisión: aquello que defendemos para no enfrentarnos a lo que realmente somos.

Jung entendía que la salud psíquica requiere un descentramiento: la renuncia a que el ego ocupe todo el escenario. En su obra Aion señala: “El yo es una pequeña isla que flota sobre un mar de inconsciente.” Creerse alguien es ignorar el mar y aferrarse obsesivamente a la isla. Pero solo al mirar hacia abajo —hacia ese océano profundo donde habitan nuestras sombras, contradicciones, memorias colectivas— se vuelve posible la integración. El ego, sin esa apertura, enferma de rigidez.

Simone Weil advirtió esta misma trampa: “La atención absolutamente pura es oración.” Para Weil, prestar atención al mundo exige abandonar la tiranía del yo, dejar de creerse el protagonista de todo. La atención pura es lo contrario de la inflación del ego: es el vaciamiento silencioso que permite que algo real nos toque.

Quizás Jung tenía razón, entonces: la gran enfermedad del hombre moderno es creerse alguien. Y su curación no consiste en destruir el yo, sino en volverlo transparente. En reconocer que el sujeto que creemos ser es apenas un fragmento de algo más vasto, más antiguo y más verdadero.