domingo, 30 de noviembre de 2025

El espejismo del hábito


Hay una ilusión persistente: creer que la contemplación basta. Leer poesía todo el día no convierte a nadie en poeta, del mismo modo que mirar fútbol no lo transforma en atleta ni consumir porno en amante virtuoso. Confundimos el roce con la experiencia, la imitación con la vivencia.

El poeta no nace del verso leído sino del verso vivido; del cuerpo que sangra una imagen, del pensamiento que se quiebra para decir lo indecible. Quien se satura de palabras sin atravesarlas, termina anestesiado por su eco. Lo mismo ocurre con el que se excita con el reflejo del deseo ajeno: siempre espectador, nunca protagonista.

La poesía, el sexo o el deporte son ejercicios de presencia, no de observación. Requieren cuerpo, riesgo, respiración. Lo demás es consumo: una manera elegante —o miserable— de mirar la vida pasar desde la platea, creyendo participar en ella por aplaudir.

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